
Puede que la palabra ACV o ictus te suene lejana o propia de personas mayores, pero lo cierto es que puede afectar a cualquiera en cualquier momento. Saber identificar los síntomas de un ictus y reaccionar a tiempo salva vidas y evita secuelas graves.
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En este artículo podrás ver cómo el conocimiento médico se aplica en la vida real. Te enseñaremos qué es un ictus y cómo se produce, cuáles son sus tipos y causas, y cómo detectar sus síntomas.
Un accidente cerebrovascular (ACV), también conocido como ictus, ocurre cuando el flujo de sangre hacia una parte del cerebro se detiene o se reduce de forma repentina. Esto impide que las células cerebrales reciban oxígeno y nutrientes y, si no se trata rápidamente, puede provocar secuelas graves o incluso la muerte.
La prevención comienza con una vida saludable: buena alimentación, ejercicio físico y control del estrés.
La sangre transporta el oxígeno y los nutrientes que las neuronas necesitan para funcionar. Si ese suministro se interrumpe, incluso por unos pocos minutos, las células cerebrales comienzan a dañarse o morir. Existen dos formas principales en que esto puede suceder.
Es el ACV más común, alrededor del 80 %. Se produce cuando un coágulo o trombo bloquea una arteria que lleva sangre al cerebro, impidiendo que esta fluya con normalidad.
Pero ¿qué produce este bloqueo? Todo comienza con la aterosclerosis, que es la acumulación de grasa, colesterol y otras sustancias en las paredes internas de las arterias. Estas sustancias forman unas placas duras que estrechan el interior del vaso sanguíneo, reduciendo el espacio por donde circula la sangre.
Además, las placas pueden dañarse o romperse, lo que activa el sistema de coagulación del cuerpo para taponar esa lesión. Esto provoca que se formen coágulos de sangre, o trombos, justo en ese lugar. Si el coágulo bloquea completamente la arteria, la sangre no puede llegar al cerebro y se produce el ictus isquémico.
También puede suceder que el coágulo se forme en otra parte del cuerpo y viaje hasta el cerebro. A esto se le llama embolia cerebral.
Ocurre cuando un vaso sanguíneo dentro del cerebro se rompe y la sangre se derrama. Este tipo de ictus es menos común que el isquémico, pero suele ser más grave porque la sangre acumulada puede dañar a las células del cerebro y aumentar la presión dentro del cráneo.
La causa principal de la hemorragia suele ser la hipertensión arterial, que con el tiempo debilita las paredes de los vasos sanguíneos.
Otra causa común es la existencia de un aneurisma, una zona debilitada y abultada en la pared de un vaso sanguíneo que al romperse por la presión de la sangre provoca la hemorragia. Otros factores, como traumatismos, malformaciones vasculares o ciertos medicamentos que afectan a la coagulación, también pueden aumentar el riesgo de ruptura.
La interrupción en la circulación cerebral que provocan ambos tipos de ictus afecta a las funciones que gestionan las zonas afectadas, como el habla, la movilidad o la visión.
Las causas que provocan un ACV son comunes a ambos tipos de ictus y están relacionadas, en gran medida, con la forma de vida y alimentación:
La buena noticia es que muchas de estas causas pueden prevenirse con hábitos de vida saludables.
Los síntomas de un ictus aparecen de forma repentina y pueden variar según la parte del cerebro afectada. Cuanto antes se reconozcan y se actúe, mayores serán las posibilidades de recuperación.
Los signos más comunes son:
Cuando alguien sufre un ictus, necesita atención médica inmediata y especializada. Los primeros en intervenir suelen ser los profesionales de medicina de urgencia, que evalúan la situación y estabilizan al paciente, para después derivarlo al neurólogo para su tratamiento.
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