La neurociencia educativa es una combinación de conocimientos en los que se unen las disciplinas centradas en el funcionamiento del cerebro (como la neurología y la neuropsicología), las basadas en el comportamiento humano (como la psicología y la sociología) y la educación, dando lugar a un conocimiento más amplio sobre la propia persona.
Y es que, en el ámbito educativo, resulta clave que maestros y profesores seamos capaces de entender cómo es y se rige el cerebro humano, además de conocer qué factores influyen en el desarrollo cerebral según la neurociencia educativa, especialmente desde que nacemos hasta que somos adolescentes: la genética, la experiencia, la relación cuerpo-mente (alimentación, actividad física y descanso), las emociones, el estado de ánimo y la motivación.
¿Con qué objetivo? Pues, para diseñar mejores procesos de enseñanza-aprendizaje, crear nuevas experiencias educativas y optimizar los sistemas e instrumentos de evaluación. Todo ello favorecerá a que los estudiantes asimilen y recuerden los conocimientos de nuestra asignatura, y sepan trasladarlos eficazmente a la vida real.
Algunos de los aspectos más relevantes que como docentes debemos tener en cuenta a la hora de implementar la neurociencia educativa en nuestras clases son:
Hay que ganarse al alumnado, llamar su atención, motivarles e interactuar con ellos. Puede que cueste creer, pero, del mismo modo que una comunicación eficiente es importante para tener éxito en los negocios, también lo es para que el aprendizaje de nuestros estudiantes sea de calidad y duradero, así como para que su comportamiento en el aula sea el adecuado.
Consiste en dar información precisa y clara a un estudiante sobre su proceso de aprendizaje: logros y sugerencias de mejora. La finalidad es hacerle reflexionar y ayudarle a conocer sus metas, así como que entienda que el error no es algo negativo, sino una oportunidad para aprender como otra cualquiera. El alumno tiene un papel activo y autónomo en todo esto.
También, es importante tener en cuentas las emociones (y estados emocionales) del alumnado, es decir, centrarse más en la persona para obtener un mejor rendimiento por su parte.
Existen diferencias en el funcionamiento del cerebro de las personas y, por consiguiente, en la forma de aprender. La neurociencia puede aplicarse en el aula de diferentes maneras, pero hay que hacer caso siempre a las particularidades de cada uno de nuestros estudiantes.
Realizar actividades que les haga vivir experiencias significativas y estimulen su lado cognitivo, afectivo y social contribuirá a que los estudiantes discurran y memoricen información.
El hecho de tener hábitos les aporta cierto orden a su día a día, reduce sus niveles de ansiedad y las conductas negativas y fomenta su autonomía. Asimismo, esto los lleva a comprender su entorno y a que maduren. Eso sí, debemos tener cuidado con establecer demasiadas rutinas a los estudiantes, ya que un exceso puede causarles aburrimiento y sensación de falta de flexibilidad.
SI tuviéramos que hablar sobre los beneficios que la neurociencia educativa aporta al sistema educativo, lo cierto es que esta puede ayudarnos a:
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