Las metodologías ágiles son una manera de trabajar rápida, eficaz y flexible. Su objetivo es desarrollar productos y servicios de calidad adaptados a las necesidades de unos clientes y a las preferencias de un mercado que cambian a un ritmo vertiginoso.
Entre sus principales características están:
A la hora de trabajar con metodologías ágiles, el proyecto se divide en “partes” o tareas sencillas que se tienen que ir completando y entregando cada poco tiempo al cliente para que las revise.
De esta forma, y en el caso de hacer falta realizar cambios, estos se efectúan prácticamente al instante y únicamente en la parte implicada. Sin tener que esperar al producto final, ya que llegados a ese punto supondría tomar medidas de urgencia o, incluso, empezar de nuevo. Algo que venía sucediendo con las metodologías tradicionales o en cascada.
En cualquier caso, para que este procedimiento funcione es importante que los miembros de los diferentes equipos de trabajo o departamentos implicados en el proyecto se reúnan a diario y compartan el estado de las tareas asignadas: cuáles han finalizado, cuáles están todavía pendientes y con qué problemas se han topado. Así todo el mundo está al tanto del estatus general del proyecto, pudiendo ayudarse los unos a los otros si fuera necesario.
Hay diferentes tipos de metodologías ágiles. Todas ellas comparten las mismas bases, aun así, es importante saber escoger aquella que se adecúe mejor a la situación o al trabajo que se llevará a cabo.
Algunas de las más utilizadas son:
Consiste en trabajar por sprints que habitualmente duran una semana, estos se entregan al cliente para que los revise y transmita qué echa en falta o mejoraría. Se trata de ir ajustando los resultados conforme a estas peticiones.
Es un modo muy visual y dinámico de conocer en qué punto se encuentra el flujo de producción. Se utilizan unas tarjetas visuales para identificar cada una de las tareas y, a medida que se realizan, van pasando al siguiente estado de validación.
Suele recurrirse más a ella para proyectos relacionados con desarrollo de software. Se centra en entregar al cliente el producto tal cual lo ha solicitado, aceptando modificaciones incluso en las últimas fases del proceso.
Se trata de una metodología ágil que busca satisfacer al cliente o usuario invirtiendo el menor tiempo posible, utilizando unos recursos (humanos, materiales y económicos) limitados y evitando desperdicios o aspectos que no aporten valor al proyecto.
Lo primero es tener una reunión estratégica en el que participen todas las partes implicadas en el proyecto, incluidos el Project Manager y los principales responsables del equipo de desarrollo. La finalidad de esta es definir bien el resultado final del proyecto.
Se trata de un cronograma del plan de acción a seguir y, por lo general, el propietario del proyecto es quien suele encargarse de elaborarlo. Es importante que la hoja de ruta contenga la siguiente información:
A continuación, el Project Manager creará un cronograma para cada lanzamiento y que compartirá con todos los integrantes del equipo.
Durante su preparación, deberá tener en cuenta la complejidad del proyecto, los sprints incluidos en cada lanzamiento (normalmente, son entre 3-5) y la duración que se ha establecido previamente para ellos.
Al inicio de cada sprint, el equipo se reunirá para ver y repartir aquellas tareas pendientes del proyecto que pueden asumirse en un periodo de tiempo fijado.
Son reuniones de 10-15 minutos durante las que el equipo aprovecha para ponerse al día y hablar sobre en qué punto se encuentra el proyecto: si las tareas del día anterior se completaron, en qué se trabajará ese día, con qué obstáculos se están encontrando, etc.
Al final de cada sprint, se realizará una sesión para mostrar el trabajo hecho al equipo y a las partes interesadas.
Antes de ponerse con el siguiente paso, este es un buen momento para revisar el plan de acción, comprobar si se cumplieron con los objetivos de la etapa y analizar cómo fue y qué cosas se podrían mejorar.
Las metodologías ágiles requieren trabajo en equipo y colaboración para garantizar su éxito. Por esta razón, es importante que todas las personas implicadas en el proceso entiendan las ventajas de apostar por esta forma de trabajo. Sobre todo, aquellas más reticentes a usarlas porque desconfían de su eficacia; o bien, porque no han tenido buenas experiencias con ellas en el pasado.
Para que una metodología ágil funcione, conviene no tomar atajos. Es crucial que tanto el equipo como la persona que lo lidera sigan lo que se ha establecido como método de trabajo, paso por paso, y cumplan con los tiempos. Por supuesto, todo esto acepta cierta flexibilidad.
Este es, al fin y al cabo, uno de los principales pilares de las metodologías ágiles. Y eso debe, principalmente, por su implicación directa en la simplificación de los flujos de trabajo, la minimización de los errores y la consecución de mejores resultados.
A menudo, el éxito de la implementación de las prácticas ágiles en una empresa depende de que esta cuente en su plantilla con personas al frente que las conozcan al detalle y tengan experiencia trabajando, además de sobre las que se deposite plena confianza.
Las metodologías ágiles son un buen modo de organizar el trabajo de una empresa y mejorar sus resultados, a la vez que se ahorra tiempo e inversión. Además, los profesionales en gestión ágil de proyectos se están convirtiendo en uno de los perfiles digitales más demandados.
Para ello, es importante contar con la formación en metodologías ágiles adecuada como, por ejemplo, la que ofertamos en la Universidad Europea a través de nuestro Curso en Srcum y Agile, el Curso en Gestión de Proyectos y Metodologías Agile o el Curso en Gestión de Proyectos online.
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