En un mercado cada vez más saturado, globalizado y exigente, las empresas se ven obligadas a cambiar su forma de operar para ser más eficientes y adaptarse a fenómenos como la liberalización o la digitalización. No obstante, también es fundamental que esos cambios se reflejen fielmente en los indicadores empresariales, de manera que puedan guiar las decisiones de los directivos e inversores. Uno de los indicadores más recientes, relevantes e interesantes, que se estudia en el grado en Economía, es el valor económico agregado.
En 1989, la firma consultora neoyorquina Stern Stewart & Co. introdujo y registró como marca el EVA, una variación o modificación de lo que antes se denominaba “ingreso o beneficio residual”; o sea, el resultado obtenido al restar a la utilidad operacional los costos del capital.
Por consiguiente, el valor económico agregado (EVA) es el importe que queda en un negocio cuando ha cubierto todos sus gastos y la rentabilidad mínima estimada. Se utiliza como un método de rendimiento financiero para calcular el beneficio económico real que obtiene una empresa.
El EVA surgió para cubrir las lagunas y solventar las limitaciones de los indicadores económicos tradicionales. Por consiguiente, se puede utilizar en todo tipo de empresas, desde las micropymes hasta las multinacionales cotizadas en bolsa. De hecho, ni siquiera es un indicador global porque también puede aplicarse a partes de las empresas, como las filiales o unidades de negocio.
El valor económico agregado sirve para determinar los objetivos de negocio, medir el rendimiento de la empresa y conocer los costos en los que incurre. Proporciona una medida que permite alinear las metas de la empresa y determinar si las inversiones de capital están generando un rendimiento mayor a su costo.
No obstante, el EVA es mucho más que un indicador económico, refleja una gerencia empresarial enfocada en el valor. Su uso permite a los directivos tomar decisiones y diseñar estrategias dirigidas a la creación de valor.
El valor económico agregado también es una herramienta de comunicación corporativa dirigida a los inversionistas y accionistas ya que permite evaluar el desempeño de la empresa y el nivel de riesgo que puede representar invertir en ella. De hecho, un buen EVA puede aumentar la confianza de los inversionistas y contribuir a que el negocio siga creciendo.
Si quieres más información sobre qué es la comunicación corporativa, en este post publicado anteriormente te damos a conocer los tipos de comunicación corporativa y qué estudiar para trabajar en el sector.
El EVA considera la productividad de todos los factores necesarios para llevar a cabo la actividad del negocio. El cálculo del EVA es complejo, pero se puede sintetizar en la siguiente fórmula, según un estudio publicado en la Revista Nacional de Administración:
EVA = UAIDI – (ACTIVOS TOTALES * COSTO DEL CAPITAL)
El UAIDI se refiere a la utilidad de las actividades habituales antes de intereses y después de impuestos. Este valor se obtiene sumando a la utilidad neta los intereses y eliminando las utilidades extraordinarias, aunque si se producen pérdidas extraordinarias también hay que sumarlas a dicha utilidad.
Por otro lado, el total activo se refiere a todos los bienes, derechos y recursos en general con los que cuenta la empresa mientras que el costo del capital refleja el costo medio de todas las fuentes de financiación a las que ha recurrido la empresa para poder desempeñar su actividad.
Al final, si el resultado del EVA es positivo significa que la empresa ha creado valor. En ese caso, la rentabilidad generada supera al costo de oportunidad, aunque se debe aclarar que las empresas que están en proceso de expansión no suelen tener un valor económico agregado muy elevado porque sus inversiones no suelen generar rentabilidad a corto o medio plazo, sino que más bien destruyen riqueza. En cambio, si el resultado del cálculo del EVA es negativo implica que el negocio ha destruido valor.
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