La Universidad Europea ha tenido un papel protagonista en la octava edición de la Jornada “Anticipando la Medicina del Futuro”, organizada por la Fundación Instituto Roche, en la que se han presentado los nuevos informes del Observatorio de Tendencias en la Medicina del Futuro. En este marco, un equipo de expertos de la Universidad Europea ha liderado el informe “Actividad física en la Medicina del Futuro”, en el que se sitúa el ejercicio como una herramienta clave, no farmacológica, dentro de la Medicina Personalizada de Precisión.

La Jornada, celebrada en Madrid, ha reunido a especialistas de referencia para abordar tres ámbitos estratégicos: la prescripción personalizada de actividad física, la Psiquiatría de Precisión aplicada a la salud mental y las nuevas estrategias antimicrobianas frente a las resistencias a los antibióticos. Junto a los ponentes de estas áreas, los investigadores de la Universidad Europea han expuesto las principales conclusiones del informe dedicado a actividad física, que propone una integración mucho más sólida del ejercicio en la prevención, el tratamiento y el seguimiento de múltiples patologías.
El documento ha sido coordinado por Alejandro Lucía, catedrático de Fisiología del Ejercicio e investigador sénior de la Facultad de Medicina, Salud y Deportes de la Universidad Europea, y en la mesa de debate han participado también la doctora Lidia Brea, profesora titular de la Universidad Europea y directora del Curso de Experto en Ejercicio Físico y Cáncer; el doctor Borja del Pozo, investigador sénior de la Facultad de Medicina, Salud y Deportes; y la doctora Carmen Fiuza-Luces, jefa del Grupo de Investigación en Ejercicio Físico y Cáncer Pediátrico del i+12.
Durante su intervención, Alejandro Lucía ha expuesto la evidencia que sitúa la actividad física de precisión como una intervención con capacidad de reducir de forma significativa el riesgo de enfermedades cardiovasculares, metabólicas y diversos tipos de cáncer. Ha recordado que “nuestro genoma apenas ha cambiado en 40.000 años” y que “estamos diseñados para movernos muchas horas al día”, como hacían nuestros antepasados cazadores, por lo que el choque entre esa biología y los estilos de vida sedentarios actuales “explica buena parte del aumento de la enfermedad crónica”. En este contexto, ha defendido que “el ejercicio no es un ocio, es una necesidad biológica” y que las recomendaciones deben ajustarse “al perfil genético, clínico y funcional de cada persona”, con prescripciones personalizadas que tengan en cuenta la edad, las comorbilidades y las capacidades funcionales.

Por su parte, el doctor Borja del Pozo ha centrado su participación en el potencial de los wearables para medir de forma objetiva los estilos de vida en grandes estudios poblacionales y en la práctica clínica. Desde su experiencia en cohortes longitudinales internacionales, ha explicado que integrar relojes inteligentes y otros dispositivos en estos estudios “permite cuantificar con precisión la actividad física, el sueño y otros componentes de los estilos de vida” y relacionarlos con la incidencia de enfermedad y la mortalidad prematura. Ha señalado, no obstante, que aún existen barreras técnicas y organizativas: “Un wearable genera muchísimos datos; el reto es cómo digerirlos, integrarlos en la historia clínica y transformarlos en información útil para el médico”.
La doctora Lidia Brea ha puesto el foco en la formación de los profesionales que deben prescribir y supervisar estos programas de ejercicio. Como directora del Curso de Experto en Ejercicio Físico y Cáncer de la Universidad Europea, ha explicado que el programa busca que los graduados en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte “se especialicen igual que lo hace un profesional sanitario”, aprendiendo de primera mano con equipos como el Servicio de Oncología de Quirón. Brea ha subrayado que “existe un vacío formativo en ejercicio físico en muchas titulaciones sanitarias” y que es “fundamental” reforzar tanto la formación de grado como la continua, además de consolidar “equipos interdisciplinares reales en los que el profesional del ejercicio físico tenga un papel estable”.

La doctora Carmen Fiuza-Luces ha trasladado esta visión al ámbito de la oncología pediátrica, donde su grupo desarrolla programas de ejercicio físico en niños con cáncer en varios hospitales madrileños. Fiuza-Luces ha ilustrado el impacto de estos programas con testimonios de familias que atribuyen al ejercicio parte de la mejora funcional de sus hijos y ha defendido que “el objetivo es que cualquier niño con cáncer, viva donde viva, pueda acceder a estas intervenciones”. Según ha explicado, los programas estructurados de actividad física “ayudan a tolerar mejor los tratamientos, reducen determinados efectos secundarios y aceleran la recuperación de la funcionalidad”, al tiempo que abren el camino hacia “una mayor equidad en el acceso a un estilo de vida activo y saludable durante la enfermedad”.
El informe “Actividad física en la Medicina del Futuro” concluye que el ejercicio debe considerarse una herramienta central en la Medicina Personalizada de Precisión, con un papel que acompaña a la persona desde la infancia hasta las etapas más avanzadas de la vida, tanto en prevención como en tratamiento y en paliación de secuelas.