Dormir menos de 6 horas o más de 9 y una pobre calidad del sueño empeoran nuestra salud, en especial, la de nuestro sistema cardiovascular.
A lo largo del día las funciones y respuestas de nuestro cuerpo van cambiado, es lo que se conoce como ritmo circadiano. A su vez, este viene marcado por nuestro ‘reloj biológico’ compuesto por unas células que forman el núcleo supraquiasmático, situado en el dentro del hipotálamo. A lo largo de nuestra historia, este reloj se ha ido perfeccionando para adaptar nuestras actividades con las señales externas, en especial con la luz solar y la oscuridad. De esta forma, la presión arterial tiene un marcado ritmo circadiano con un descenso notable durante la noche respecto al día. Que no llegue a bajar suficientemente durante las horas de oscuridad es un factor de mal pronóstico cardiovascular.
El sueño es esencial para preservar nuestro desarrollo, la conservación de la energía y el rendimiento físico y mental al día siguiente, por lo que dormir debería ser nuestra principal actividad durante las horas de oscuridad. En la actualidad los ciclos naturales han quedado a un lado debido a factores como el trabajo por turnos o la exposición a luz artificial durante horas.
En un reciente estudio en el que han participado los investigadores de la Universidad Europea, Alejandro Lucía y Pedro L. Valenzuela, un tercio de los participantes declaraban tener un sueño deficiente, por escasa (menos de 6 horas) o excesiva duración (más de 9 horas), o por pobre calidad de este. Esto, se asocia con mayores posibilidades de tener uno o más factores de riesgo cardiovasculares (sobre todo, un riesgo hasta 3 veces mayor de ser físicamente inactivo). Por otro lado, los participantes con un sueño ‘óptimo’ presentaban un mejor perfil cardiovascular.
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